«Amaluna»

FANTÁSTICO CIRQUE

Dirección: D. Paulus. Dirección de arte: F. Rainville. Diseño de vestuario: M. Caron. Composición musical: Bob & Bill. Diseño de luces: M. Larrivé. Coreógrafa: K. Armitage.  Corografías acrobáticas: D. Brown, C. Maggs. Artistas: G. Argento, P. Mikhaylov, I. Mikhaylova, E. Kurkin, V. Kee, A. Nadeau... Músicos: J. Lorenzo, N. Belmokh, D. Negron, M. Marchal, C. Faulconer. Grand Chapiteau. Escenario Puerta del Ángel. Madrid.

El Cirque du Soleil es una hipérbole. Juzgarlo como un espectáculo aislado no da una imagen real de su propuesta; hay que entenderlo como una historia, una narración que comienza hace treinta años con un artista callejero llamado Guy Laliberté y llega a nuestros días como un conglomerado milmillonario vendido a inversores de varios países. Sin duda, hay mucho talento en sus carpas, en sus oficinas y en sus caravanas. Si no, no sería lo que es. Sus detractores a veces hablan desde un desprecio injusto pues el Cirque ha revolucionado el mundo del circo y para bien en muchos aspectos (en su contra, el ostracismo al que condena a otros circos «tradicionales» muy dignos; no todos han de ser como ellos). Como cualquier proyecto artístico, éste atraviesa ciclos, altibajos, sombras y luces, pero sus creadores aprenden de los errores y siguen creciendo. Estos días se anuncia el regreso a España –a Vitoria, en 2016– de «Varekai», uno de los montajes hechos con el piloto automático puesto. Pero, a la vez, el Cirque trae a Madrid, en estreno europeo, «Amaluna», con la lección aprendida tras los aciertos de «Corteo», «Zarkana» y «Kooza», lo último suyo que vimos hace dos años. «Amaluna» vuelve a la poesía, entiende que si el Cirque brilla no es por tener más purpurina sino por administrar mejor sus atmósferas.

Ferdinand Rainville, su director, hila los números de este viaje fantástico de acertada estética de cuento con pasajes mezclados y alterados de Shakespeare –en los que la Miranda de «La tempestad» vive una historia de amor con Romeo–, dotando al conjunto de una unidad hipnótica. La belleza de «Amaluna», un homenaje temático a la mujer, está a la altura de la de «Alegría», con ejércitos de hombres lagarto que saltan a través de «hula hoops», payasos que son piratas enamorados de isleñas, diosas que se balancean sobre esferas lunares –el número de equilibrismo de Iuliia Mykhailova sobre y dentro de una minúscula piscina es de los más bellos y magnéticos–  y universos de espinas que forman cementerios de cetáceos en el aire. Precisamente este número, el de la «diosa del equilibrio» Laura Jacobs, mantiene en un silencio sepulcral al público durante varios minutos mientras la artista amontona hasta quince largos bastones curvados en un orden imposible y móvil, como una escultura de Calder que pudiera derrumbarse con el aliento de un espíritu. Pero no lo hace, y compone el mejor momento de un espectáculo notable en lo circense... pero no sobresaliente. Todos sus artistas son impresionantes, desde la «troupe» china que realiza saltos a través de aros y echa el cierre con los juegos icarios, o la fortaleza de superhombre de Evgeny Kurkin, un arácnido sobre el mástil chino, hasta los acróbatas de la báscula, arrojados y precisos, o las danzas áereas y las barras asimétricas de dos grupos de chicas; incluso el espíritu juguetón Cali –de Caliban, otra apropiación «shakespeariana»– de Viktor Kee, que juega con una cola robótica que da mucho juego cómico, sabe hacer malabares llamativos. Pero acaso a «Amaluna», un estupendo montaje, le falte ese número acrobático y arriesgado que insufla aliento trágico a la pista y hace de una una noche de circo algo inolvidable.


Foto: el número de la piscina, con la Miranda de esta historia (foto del Cirque du Soleil)

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