«Enrique IV»


LOCOS EGREGIOS

Autor: Luigi Pirandello. Versión: Enrique Llovet. Dirección escénica: José Sancho. Diseño de escenografía e iluminación: Paco Azorín. Reparto: J. Sancho, Sergio Caballero, Alejandro Tormo, Manuel Ochoa. Teatro Bellas Artes. Madrid, 3-XII-08.

¿Ser o no ser? ¿Y por qué no estar o no estar? A Luigi Pirandello, que sufrió la locura de su esposa, lo cual marcó sus últimos días, parecía interesarle más lo terrenal que lo trascendente: las pequeñas batallas sociales y personales, el modo en que hemos de enfrentarnos cada día al espejo y al otro. Su «Enrique IV» (1922) es un tratado magistral sobre el asunto, un texto bello y centelleante, cargado de inteligencia y plenamente vivo y actual, un estudio sobre los personajes que nos creamos, las máscaras en definitiva, y una de ellas habitual: la del loco.

José Sancho –Pepe para toda España si me permiten– ya protagonizó este mismo montaje a las órdenes de José Tamayo en 2003. Muerto el maestro, ha decidido recuperarlo, para bien, con respeto por su enseñanza y algunos toques propios. Este «Enrique IV» tan acertadamente adaptado por Enrique Llovet (quien ha hecho el texto más asequible, dejando lo esencial y eliminado pasajes algo liosos) llega también con ritmo y humor, sabiamente manejado por un actor que ha sido ya director en otras ocasiones y que tiene más años de los que aparenta.

Enrique IV, el del título, no lo es tal, sino un noble italiano de principios de siglo XX que cree serlo. Así, vive en un falso medievo rodeado de criados que interpretan una realidad inexistente para él. Ante una visita, la verdad detrás de la mentira (o la mentira escondida en la verdad, hermoso juego el que plantea Pirandello) se sabrá. ¿Es más loco el que se finge extraviado o el que cree estar cuerdo? ¿Está el mundo dispuesto a aceptarlos?

Tamayo, y ahora Sancho, llevaron a Pirandello a una de esas habitaciones acolchadas, y el salón nobiliario en que se desarrolla la obra es telón pintado, instalando al espectador en un artificio necesario y lúcido. El resto lo aporta un gran actor, llamado José Sancho Asunción, que es maestro de ceremonias del resto del reparto; es voz, es pater y guía, es señor y emperador de la impostura en escena. Un gusto ver y disfrutar a Pepe Sancho en su salsa. El montaje es breve, ágil y divertido, pero lo mejor es su Enrique IV, tan creíble como las verdades que, dicen, sólo los niños y los locos se atreven a soltar en público.

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