«Hamlet»


SALIR O NO SALIR, ÉSA ES LA CUESTIÓN


Autor: William Shakespeare. Traducción: José Ramón Fernández. Versión y dirección: Tomaz Pandur. Vestuario: David Delfín. Iluminación: Juan Gómez Cornejo. Escenografía: Numen. Reparto: Blanca Portillo, Susi Sánchez, Hugo Silva, Asier Etxeandia, Nur Al Levi, Quim Gutiérrez, Félix López, Manuel Morón, Eduardo Mayo, Santi Marín, Damià Plensa, Aitor Luna, Manuel Moya. Las Naves del Español-Matadero Madrid. 12-II-2009.

Por fin: cinco siglos y miles de versiones, y ninguna había entendido hasta ahora que lo que Hamlet necesitaba era una noche loca con Laertes, Horacio y compañía, dando y recibiendo -Ofelia incluida–, en un totum revolutum digno del más clandestino cuarto oscuro. Menos mal que Tomaz Pandur se ha empeñado en poner todo su talento –y es una pena, porque tiene mucho– al servicio de sus obsesiones sexuales, como ya hiciera en «Infierno». Más que ser o no ser, parece que el dilema de su Hamlet estuviera entre salir o no salir… del armario. O dicho en otro tono, este «Hamlet» no es pero pudo haber sido un montaje memorable, histórico. Pocas propuestas resultan tan impactantes, estéticas y sugerentes como la del director esloveno. Tener un Hamlet interpretado por una actriz en vez de un actor resulta, sin ser nada original (Sarah Bernhardt, Margarita Xirgu y Nuria Espert, entre otras muchas, ya lo hicieron antes) estimulante de entrada. Pero conocer la femineidad oculta de un príncipe que puede ser interpretado en su lectura como un guerrero «testosterónico» o un jovencito apolíneo no justifica someterlo a una liberación tan explícita que hace incomprensible su pasión por Ofelia. Le hace así un flaco favor a Blanca Portillo, la gran estrella, para la que se agotan los adjetivos. Transformada físicamente, modulada en sus tonos, al límite en su entrega, probablemente éste sea su gran papel.


El otro elemento que empaña la genialidad de Pandur es su excesivo manierismo: el director es un esteta, un pintor, un diseñador de ambientes. Lo hace con maestría, quizá excesiva: su pasión por la composición le arrastra a territorios gélidos, y el teatro ha de hacer vibrar. El de Pandur, por momentos, es un ejercicio de contemplación. Aunque hay que reconocer que su concepción de Elsinore como un espacio diáfano y sombrío atravesado tan sólo por unas pasarelas cruzadas de madera, como si de varios embarcaderos se tratase, rodeadas de balsas de agua, le permite desarrollar la fuerza dramática con impactante efecto.


Esta gran producción del Teatro Español deja momentos memorables: después de escuchar y ver a Portillo, el famoso monólogo cobra lógica: ¿qué es sino un hombre desnudo, literalmente, alguien que busca razones para seguir viviendo? O el encuentro entre hijo y espectro cenando juntos, y el desdoblamiento en cuatro actores de Rosencrantz y Guildenstern… Pandur saca lo mejor de sí mismo en los juegos de cortinajes móviles, el brillante uso de iluminación y sonido, la marcada estética retro-militar (con excelentes figurines de David Delfín) o el hecho de que se valga de un buen dramaturgo para la traducción (Jose Ramón Fernández) y haya decidido no destrozar el texto, cortado pero inteligible, cosa que no ocurría ni en su versión de «Las amistades peligrosas», «Barroco», ni en la de «Los hermanos Karamazov», «Cien minutos».


Junto a Portillo, un reparto en el que hay talento: el magnífico espectro de Asier Etxeandía, la soberbia Gertrudis de Susi Sánchez (¡qué actriz!, merece más papeles importantes), la correcta Ofelia de Nur Al Levi… Luego, como en botica. Quim Gutiérrez es un Laertes ofuscado en exceso, y Hugo Silva, como Claudio, no acaba de encontrar la clave teatral en su entonación. Todos se confían a las manos de un director que les exige un derroche físico y psicológico, que los lleva al extremo y que no les deja descansar ni en el entreacto, cuando montan un entretenido cabaret en el ambigú. Con todo, hay que ver este «Hamlet». No dejará indiferente.

Foto: Aljosa Rebolj

8 comentarios:

  1. Hola, voy el jueves a ver el Hamlet de Pandur, he leído por ahí que dura casi cuatro horas, ¿es así? ¿No es muy largo?

    Gracias, un saludo.

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  2. Hola Elenoide. El día del estreno fueron casi cuatro horas, aunque de función son tres y media. La otra media hora es el entreacto, que no es el típico descanso: digamos que el director tiene una sorpresa para el público en el ambigú mientras te tomas el aperitivo... ¿Largo? Eso es subjetivo. Dependiendo de que te guste o no se te puede pasar en un instante o hacérsete eterno.

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  3. Ay, qué envidia me das, Miguel.
    Estoy deseando ir al Matadero...

    Antonio

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  4. Fantástico!! Acabo de venir de ver este Hamlet y sigo conmocionada. Como tú bien dices, la emoción proviene más bien de la experiencia estética, ¡pero eso ya es mucho!
    Blanca Portillo ha conseguido superarse a sí misma.... Y Etxeandía no defrauda en el entreacto.
    Aunque estoy totalmente de acuerdo en tus críticas, exceptuando el ritmo algo lento del final, creo que ni el punto de vista ni el esteticismo empañan la función. Pandur ha conseguido aportar una nueva mirada -quizás políticamente incorrecta y a la vez algo populista- del clásico de Hamlet.
    Pero, como dice Brook, ¿por qué no hemos de desprendernos de Shakespeare?
    Puede que más que venir del teatro venga de una esperiencia artística total.... No lo sé. Únicamente tengo claro que ha conseguido conmoverme por momentos. Y para mí eso ya es mucho.
    (Y sí, yo tampoco sé por dónde agarrar a Hugo Silva...)

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  5. Creo que las luces me ciegan todavía. Lo han hecho desde el minuto uno. Un gran fuego de artificio superlativos, excesivo en rerefencias surrealistas y kubrikistas. Cuatro horas llenas de momentos ridículos y snobismos manieristas. Mucho figurín musculoso y morreos por doquier. Todo eso y más, que tampoco es cuestión de destripar para aquellos que lo quieran vivir en su propia carne, hace desde luego, que te olvides de Shakespeare durante toda la función.

    Una pena que el trabajo de Portillo , un poco sobreactuado, no esté acompañado por el de nadie más. Bueno, miento, su padre es excelente. El resto, de plástico. Ofelia, fría. Laertes, automático. Polonio, equivocado. Claudio, no se encuentra.

    Pena, penita, pena.

    Queremos san tan modernos, que nos volvemos antiguos y hacemos una astracanda.

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  6. Coincido con Lady Mac: esta puesta de Pandur es de un despropósito tal que no se puede creer que el ayuntamiento, con fondos públicos, haya dado semejante presupuesto a alguien capaz de hacer este bodrio pretencioso, teatralmente hablando, digno de una representación de fin de curso de instituto, sólo disimulable por la iluminación, la escenografía y el vestuario –un pastizal– que le da el 'look', sólo el 'look' de profesional. Es todo tan visualmente impactante –porque, todo hay que decirlo, la iluminación y la escenografía son soberbias aunque disparatadas, ya que no guardan la más mínima relación con el texto: todo es como es porque a Pandur le parece bonito y le ha salido del pie– que las brutales carencias de teatralidad de este montaje pasan desapercibidas para un público que acaso no tenga muchos montajes vistos. Para empezar, Pandur no confía en el valor del texto, ya que, al parecer, cree que si no pasa de todo todo el tiempo en el escenario el público se aburrirá y se marchará, por lo tanto hay que 'encantarlo' al menos con lo visual. Entonces, salvo en contados momentos (los únicos cercanamente teatrales), todo el tiempo pasa de todo en escena en segundo, tercer y cuarto plano. No hay la menor dirección de actores; se salvan sólo los que tienen oficio del cual tirar, empezando por la Portillo. Pero aun en el caso de ella, todo está gritado, sobreactuado, todo es plano, no hay matices y, lo más imperdonable, no hay humor. Y Hamlet está plagado de ironía y de humor: en su doble juego de estar y /o hacerse el loco, Hamlet vive mofándose de cuanta persona se le pone delante. Todo está, además, declamado, altisonante y grandilocuentemente: craso error. Ya el propio lenguaje de Shakespeare es ampuloso y barroco, elevado. Exige, por ello, que los actores sean naturales, terrenos, domésticos, que pongan a parir a su madre como lo haría un joven hoy, con las mismas inflexiones y la misma gestualidad, pero con las palabras de Shakespeare, que, como bien señaló Cioran, es la mezcla entre un hacha y una rosa... Aquí sólo hay hachas, y de utilería. Nada de esto ha entendido Pandur, para quien, además, para más inri, la sexualidad como tema es frivolizada hasta lo indecible: todos copulan con todos, da igual; todos contra todos, por puro porque sí; olvida que la sexualidad para Hamlet no es un tema menor: odia que su madre –para él, una adúltera a la que desearía matar– esté acostándose con el hermano de su primer marido a poco de que éste ha muerto, asesinado por ese mismo hombre que ahora se va a la cama con ella. Y en ese albedrío todo vale: Claudio medio viola a Ofelia delante del mismísimo Polonio (¿a cuenta de qué?) y Polonio, por cierto, no es el pusilánime cobarde e intrigante de Shakespeare sino un chulo que desafía hasta el propio rey y golpea a Ofelia y a Laertes. Todo el mundo, a su vez, se la pasa desnudo o semidesnudo, absurdamente, sin ningún motivo, para secreto goce de Pandur y, cree, del público que va a ver los abdominales de Quim Gutiérrez o Hugo Silva (¿recuerda Pandur que en Dinamarca hace en general frío y que, entonces, no existía ni la calefacción central?). No se entiende tampoco el cambio de orden de las escenas ni las absurdas tumbonas de piscina en la alcoba de Gertrudis en la escena en que discute con su hijo. Tampoco el agua, que unos se cuidan de pisar y otros no, sin ningún sentido lógico para el espectador, ni por qué ni para qué los dos Guilendestern y Rosencrantz (¿cuál será la bendita gracia de duplicarlos?) andan sobre el agua en bicicleta. Es todo tan pretenciosamente simbólico que, tras cuatro extenuantes horas (una paliza), ya nada significa nada. Uno se va con la sensación de haber visto puro teatro, literalmente. Teatralidad, ninguna. Un aútentico desastre dramático, de cuyo único responsable es el director, que no ofició de tal, demasiado entretenido en abusar hasta lo empalagosamente insoportable de la música (subrayando lo importante, como si uno, en la butaca, fuera idiota e incapaz de escuchar la palabra 'asesinato' si no la remarcarse un acorde de piano) y en desnudar gratuitamente a todo lo que caminase a sus órdenes y en que en el escenario, Dios nos libre, pasaran todo el tiempo cosas por si Shakespeare nos aburría, acaso como al propio Pandur.

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  7. ¿y como será posible que que el tout Madrid literario y crítico se haya olvidado de calificar el montaje como una mamarrachada?. Salvando a Molina Foix que dedica algún que otro asalto dialéctico a poner en solfa la pretenciosidad de "Pladur" ni un solo crítico ha dedicado el mas mínimo renglón a descubrir el engaño. Que tengamos que venir a este blog para enterarnos de la verdad del asunto es muy significativo del estado de postración de la crítica teatral en Madrid.
    Felicidades

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  8. Hola a todos. Acabo de encontrar por fin una crítica muy acorde con la valoración que realicé tras salir de la obra. Me pasé cuatro largas horas intentando descubrir al príncipe de Dinamarca entre torsos desnudos que convulsionaban declamando a gritos lo que se supone que es el texto de Shakespeare; pero para mi sorpresa un enorme cartel me decía que me olvidara del autor... quizá demasiado tarde. La verdad es que estoy un poco harta de ir a ver obras en las que lo único que se exalta es la pasión sexual y el desnudo humano con el único propósito de trasgredir y provocar al espectador. ¿De verdad todavía hay alguien que se sorprenda con estas cosas? Lo peor de todo es que no encontré a Hamlet, sino una obra llena de símbolos manidos, con personajes sobreactuados en un escenario que ha sido montado sin duda con un gran presupuesto. La verdad es que si en lugar de Hamlet hubiera ido a ver otra cosa, sólo por la escenografía y por Blanca Portillo hubiera salvado la obra; pero no fue el caso. Por salvar algo diré que lo que más me gustó fue el entreacto, aunque me quedé sin la oportunidad de fumarme un cigarro para poder digerir la última hora en la que las pausas dramáticas se hacen muy pesadas. En fin, que debo estar desactualizada porque no logré entender el énfasis de los aplausos del público al finalizar aquella "tragedia teatral".

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